Albert Collins, guitarrista de blues ganador del Grammy, murió el miércoles después de una lucha de tres meses contra el cáncer. Collins murió en su casa de Las Vegas, según un comunicado de Alligator Records, un sello para el que había grabado. Tenía 61 años.
Collins se ganó su reputación combinando improvisaciones salvajes e impredecibles con un tono inmediatamente identificable, frío y puro. Sus espectáculos eran a menudo paseos salvajes, actuaciones intensas que estallaban con su imaginación casi infinita. Era un maestro del momento de éxtasis y hacía uso de su imaginación, el volumen de su interpretación y su sonido frío.
El señor Collins era un hombre divertido, cuyas mejores improvisaciones a menudo aparecían en medio de canciones novedosas. Y cuando actuaba, utilizaba una cuerda larga que le permitía deambular entre el público. Primero era un animador, más interesado en hacer funcionar una fiesta que en hacer llorar a su público. Su presentación marcó la diferencia: a finales de la década de 1960, comenzó a atraer a una audiencia de rock más amplia, que mantuvo hasta su muerte.
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